«Culpar a las energías renovables por el apagón en España es como culpar al termómetro por la fiebre»

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El apagón que se produjo en España el 28 de abril no fue ni una sorpresa ni un fallo técnico. Es el reflejo de una tensión más profunda de nuestro tiempo, entre quienes abrazan el cambio y quienes se aferran a sistemas obsoletos en nombre de la seguridad. Como todo cambio tecnológico, refleja una división más amplia: una visión del mundo que acoge la innovación frente a otra que se aferra a los marcos heredados. El apagón español no debe interpretarse como un fracaso de las energías renovables, sino como una llamada de atención que revela lo rígidamente que nuestra infraestructura energética sigue aferrada a sus cimientos históricos.

Este suceso, que afectó a casi toda la red ibérica y a partes del suroeste de Francia, destaca como uno de los incidentes energéticos más importantes de la historia reciente de Europa. Aunque la respuesta, especialmente en Francia, fue rápida y eficaz, el incidente puso de manifiesto las vulnerabilidades estructurales a las que se enfrentarán cada vez más nuestros sistemas energéticos en los próximos años.

Como la mayoría de los sistemas europeos, la red española está interconectada: está compuesta por zonas interconectadas que intercambian electricidad constantemente. Cuando se produce una perturbación en una de estas zonas, como la pérdida repentina de una unidad de generación o de una infraestructura importante, se produce un desequilibrio local entre la generación y la demanda, lo que provoca que la frecuencia caiga inmediatamente por debajo de la referencia de 50 Hz.

Este fenómeno, aunque bien conocido en teoría, adquiere una nueva dimensión en un sistema en el que los recursos solares y eólicos están ampliamente desplegados y distribuidos geográficamente. En un sistema de este tipo, el comportamiento de los inversores se vuelve crítico para la estabilidad de la red local. Cuando la frecuencia cae bruscamente en una zona determinada, estos generadores digitales podrían ayudar a sostener la red, si se les permitiera permanecer conectados.

Sin embargo, según el código de red europeo actual, estas instalaciones deben desconectarse automáticamente cuando la frecuencia cae por debajo del umbral de 48 Hz. Este mecanismo de protección, heredado de un paradigma de red basado en la inercia rotacional, priva al sistema de una energía valiosa precisamente cuando más se necesita. Esta retirada prematura agrava el desequilibrio local, acelera la caída de la frecuencia y puede desencadenar una cascada de desconexiones en las zonas vecinas. De este modo, a través de un efecto dominó, un evento aislado se convierte en un colapso generalizado, como un castillo de naipes que se derrumba pieza a pieza.

Por el contrario, Francia demostró una notable resiliencia. Sus interconexiones transfronterizas ayudaron a absorber el impacto inicial, mientras que las protecciones automatizadas aislaron parte del suroeste para contener la propagación. Gracias a esta arquitectura del sistema y a la rápida intervención de RTE, la situación se estabilizó en cuestión de minutos.

Esta resiliencia se basa en varias características clave: una fuerte inercia estructural, gracias en gran medida al parque nuclear, que amortigua de forma natural las fluctuaciones de frecuencia; una distribución más equilibrada de los activos de generación en todo el territorio; reservas rotativas suficientes para responder inmediatamente a las pérdidas de potencia; y, por último, unas interconexiones sólidas con los países vecinos que permiten compartir los recursos regionales en tiempo real.

Es importante destacar que esta inercia proporcionada por la energía nuclear no es un freno para la transición energética, sino un facilitador. Constituye una valiosa base técnica que permite a Francia integrar volúmenes crecientes de electricidad renovable, manteniendo la estabilidad del sistema. Esta complementariedad estructural entre la energía nuclear y las energías renovables, lejos de ser contradictoria, podría servir de modelo europeo para una transición segura y bien gestionada.

Más que un hecho aislado, el apagón debe entenderse como una señal débil de un cambio de paradigma: una transición de un sistema basado en la previsibilidad, la centralización y la inercia mecánica a otro cada vez más distribuido, dinámico y sensible a las condiciones locales.

Este acontecimiento invita a dos interpretaciones. Una es una lectura nerviosa, que lo ve como un fallo técnico más. La otra es más lúcida: revela lo mucho que nos queda por hacer para adaptar nuestras redes a las realidades de la transición energética. Nuestra arquitectura de red actual se diseñó para un mundo de generación centralizada, lineal y predecible. Pero ahora vivimos en un mundo eléctrico cada vez más distribuido, adaptable y digital. Lo que tenemos ante nosotros no es un fallo que hay que arreglar, sino un modelo que hay que rediseñar desde cero.

En este contexto, culpar a las energías renovables del apagón en España es como culpar al termómetro por la fiebre. La desconexión automática de las unidades de generación cuando se superan los umbrales críticos de frecuencia no es un defecto inherente a las energías renovables, sino el resultado de los protocolos de seguridad desarrollados para un sistema dominado por la inercia. Esta norma, que se aplica a todos los tipos de generación, incluida la nuclear, está diseñada para proteger los equipos de desviaciones extremas de frecuencia. Pero en una red cada vez más alimentada por fuentes electrónicas, como los inversores solares y eólicos, esta lógica puede ser contraproducente, privando al sistema de capacidad precisamente cuando más se necesita.

A medida que las energías renovables se generalicen, se situarán cada vez más cerca de la fuente de los desequilibrios de la red, no como una fuente de fragilidad, sino como una reserva de flexibilidad. Eso es, si les permitimos permanecer conectados, contribuir al soporte de la frecuencia y ayudar a estabilizar el sistema. Sin embargo, hoy en día, estos generadores digitales siguen viéndose obligados a desconectarse cuando podrían actuar como amortiguadores. El problema no es su naturaleza, sino nuestra incapacidad para integrarlos como recursos activos para la fiabilidad de la red. Es hora de que regulemos las tecnologías del siglo XXI con sistemas de control del siglo XXI.

No se trata de un problema exclusivo de España. Toda Europa se enfrenta ahora a un reto similar al que superó en las telecomunicaciones hace tres décadas. Con la invención del GSM, Europa logró convertir un mosaico de sistemas nacionales en un motor de innovación global. Hoy, con su diversidad de mix energéticos, perfiles de consumo y limitaciones geográficas, Europa tiene una vez más una oportunidad única: reinventar sus redes eléctricas como reinventó las comunicaciones móviles: de forma inteligente, colaborativa y resiliente.

La energía solar prevalecerá no por ideología, sino por su eficiencia. Es gratuita, universal y abundante. Los sistemas de conversión son cada año más asequibles, eficaces y accesibles. Su despliegue es sencillo, descentralizado y escalable. Al igual que en las telecomunicaciones, algunos países darán el salto directamente a arquitecturas de red distribuidas y se saltarán por completo el modelo centralizado.

La experiencia de Pakistán en 2024 es instructiva. Ante una red eléctrica frágil, apagones diarios y precios de la electricidad por las nubes, el país fue testigo de un movimiento popular a favor de la adopción de la energía solar. En cuestión de meses, se importaron 17 GW de paneles y se equiparon millones de tejados. La energía solar no provocó el colapso de la red, sino que fue la respuesta. Lo que Pakistán está haciendo por urgencia, otros lo perseguirán como una opción estratégica.

El incidente del 28 de abril no será el primero ni el último. Es una de las muchas señales de que el sistema está cambiando. La penetración de las energías renovables está alcanzando niveles históricos. Las condiciones meteorológicas son cada vez más impredecibles. Y en esta transición, cada perturbación ofrece una oportunidad para aprender. Si Europa se ha perdido el primer salto industrial de la revolución energética, no puede permitirse perder el siguiente: la gobernanza, la arquitectura y el control inteligente de las redes del mañana.

No debemos temer al futuro. Estas rupturas no son amenazas, son promesas. Nos obligan a innovar, a repensar, a construir de otra manera. La energía solar, como la luz que capta, ilumina el camino a seguir. La única pregunta es: ¿sabremos colocar los espejos?

 

Cortes de electricidad en Madrid durante el 28 de abril de 2025.

Imagen: Javier Perez Montes, Wikimedia Commons, CC BY-SA 4.0

Autor: Xavier Daval, director general de kiloWattsol, presidente de la Comisión Solar de la Asociación Francesa de Energías Renovables (SER) y miembro del consejo de administración del Consejo Solar Global (GSC).

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